2.12.10

Un zafarrancho que no se desmancha, por Mario Arteca

a) Víctor Sosa (Uruguay, 1956) es el poeta de las inserciones. Esos insert funcionan desde el movimiento impersonal de proponer que todo lo intuido no debe ser explicitado. Si no sentido el sonido de la lluvia, diría Sosa, tampoco escuchamos la palabra lluvia, al pronunciarla. Sin embargo, la lluvia existe, cae, es atrapada –como todo- por la ley de gravedad de la sintaxis de Víctor Sosa. Insertar es intercalar, introducir, pero también adherirse a la superficie de un órgano. Si Nagasakipanema es un artefacto donde puede hallarse nada que no pueda mirarse, entonces cada poema en prosa trabaja, como diría un poeta tan disímil de Sosa, Gregory Corso, “una llave para abrir una puerta no escrita”. Porque se trata de prosas cuya continua dislocación no afecta el equilibrio que las semeja. Lo que se intenta decir –y una introducción jamás será suficiente para abarcar las capas de cualquier libro de Sosa- es que este texto en particular, podría ser las esquirlas de una novela mayor, uno de esos textos en los que un entramado distinto se confundiría con un proyecto diferente. Nagasakipanema mantiene un lejano parentezco, casi auxiliar, con esa gran novela del desperdicio y la borradora, que es Juan sin Tierra, de Juan Goytisolo. En el texto de catalán, una mixtura de escatología, ausencia de puntuación y un permanente rompimiento de la sintaxis, consigue que el big-bang descripto por Goytisolo hallase los senderos de un origen multiétnico, lo que emparenta su texto con De donde son los cantantes, o Cobra, del cubano Severo Sarduy, traspasado por El ojo píneal, de Georges Bataille. Esta amalgama funcional del lenguaje encuentra su etiología en Nagasakipanema, justo en el punto en que se desproporciona la estructura para brindarle un sistema a la palabra que se vuelve un disloque en el cauce. Es decir: salirse de sí para retomar la superficie y luego volver a las profuindidades. Una isla sinuosa recubre el epitelio escritural dce este nuevo libro de Víctor Sosa. 

b) Nagasakipanema está en el centro de la totalidad y sin embargo, esa totalidad tiene su centro en otro lugar. El centro no es el centro, le gustaría decir a Jacques Derrida, porque en verdad se trata de la aventura del yo errante, cuyo sonido es ruido, en el sentido propuesto por el rock para esa palabra y que es todo un estilo en sí mismo: noise. Si pudiéramos emparentar a Nagasakipanema con un trabajo coincidente con esa estética, elegiríamos el enorme Psychocandy, de los escoceses Jesus and Mary Chain. Tal como se da en el texto de Sosa, Psychocandy está constituido a partir de una inmovilidad fundadora. Eso que Víctor Sosa llama, y asimismo se nombra, supernova: “superar en luz a mis iguales y después detonar sin partenaire.” Y este estallar sin mediador es ese big-bang personal al que nos referimos párrafos atrás. 

c) “Un pasado que nunca ha sido presente”, así lo señala Derrida en una conferencia dictada en 1968, con relación a una fórmula de Emmanuel Levinas, y que desemboca en lo que el argelino llama “el enigma de la alteridad absoluta.” Ese pasado sin el pasillo del presente es lo que Nagasakipanema pone en funcionamiento, porque desordena la coordenadas temporales de un relato poético sensible a las proyecciones. En ese sentido, y bien vale por eso refuncionalizar la cita, Víctor Sosa reproduce en sus prosas la inmanencia de un futuro que está en la voz de la escritura. Y aquí, futuro, no refiere directamente al porvenir, sino a lo que está arribando. ¿Cómo es esto? En cada nuevo libro de Sosa, hallamos esa diferencia ontológica heideggeriana, por cual es posible pensar presencia y presente, como sensibles desvíos de sentido. A diferencia de Mansión Mabuse, Nagasakipanema dialoga con la exégesis de un simulacro dentro una presencia que se desplaza, y que no tiene propiamente lugar. El texto de Sosa consigue borrarse y al mismo pertenecer a su estructura. Y la borradura tiene su sitio de privilegio en esa homogeneidad falsificada por un logos retirado de su fondo; porque el formato de Nagasakipanema es la secuencia de un relato inconcluso, disipado por la ausencia de anclaje, y reforzado por mecanismo de incrustaciones de realidad. Todo en Nagasaipanema suena a realidad, pero siempre estamos enfrentándonos con el residuo de esas inserciones. Como Sosa escribe en base a un sistema de empalmes, o de yuxtaposiciones –pero en el sentido sistémico de la palabra- entonces a cada capa se le superpone otra, y con una velocidad tal que cada renglón queda anulado, o mejor, simplificado, por otro que obstruye la llegada asimilable de la lectura. La dificultad está alejada del estilo, porque se trata más bien de todo un sistema. 

d) Un poema en particular parece concentrar, a un ritmo centrífugo, los mecanismos de Nagasakipanema. Ese texto es “Trepanación”. Hay todo un génesis enarbolado en esa forma de parapraxis, o desplazamiento de la lengua, o del inconsciente de la lengua. Desde la microhistoria de una especie de Rosa Luxemburgo periférica, como Anacaona, hasta el hallazgo de los valores reales de intervenir sobre la naturaleza, en un final a toda orquesta borgeana, una especie de perífrasis sustituyendo la pampa por el Sahara, y ese Pflicht, que en verdad es un Müssen, interrumpido por el corrimiento leporino de unos labios que lo único que hacen es describir y patentizar la complejidad de una lengua. De una u otra manera, Víctor Sosa construye organismos cuyos fines son alimentarse de restos de culturas descatalogadas por el circuito cosmopolita. Y con ese acervo dialoga sin proporciones entre sí. Como en cualquier escuela de la sospecha, pensar equivale a interpretar, pero la poética de Víctor Sosa sigue un mecanismo diferente: la misma noción de “verdad” es el efecto de una estratificación histórica, cuyos orígenes siempre son retóricos. Sin embargo, este libro y este texto tan móvil, en lo particular, trabaja o profundiza una noción problemática de la escritura. En “Trepanación”, la escritura es extraña al sistema interno de la lengua. Es la contracara de la gramatología derridiana, aunque no la desmiente, porque con ello la escritura reviste la vida de la lengua: “no es un vestido, sino un disfraz”. Pero el simulacro es un todo en el cual la escritura forma parte de un sistema de flujos internos. El estilo de Sosa no es un fenómeno de representación exterior, sino un circuito interior de referencias alternas. Dos patrias y siete madres después, y con el orín hacia el poniente, el discurso de un demente parece acercarse a la validez perentoria del método. Las siete madres debiera medirse en la cantidad de maneras del habla que parecen habitar los libros de Sosa. 

e) Nagasakipanema es pariente directo de la versión más recóndita de un narrador a gran escala, y que supo ser un poeta lateralizado por la metonimia: Severo Sarduy. Tanto el cubano como el uruguayo-mexicano se inscriben en una fórmula constructiva que es toda una poética provienente del mismo rizoma: hojaldre-ready-made-haikú. Esta cadena ribonucleica, programada por Sosa, describe a la perfección el movimiento incesante de los textos de Nagasakipanema, la fusión entre estallido y deseo, entre un big-bang creado por el artista y la sinuosidad de la palabra en la deriva del reparto de procedimientos. 

f) Una vez escribí que Víctor Sosa eligió el camino de la dificultad poética, de acuerdo a una testificación que hiciera Eduardo Milán con relación al segundo libro –Sunyata- de nuestro autor. Y esa "dificultad" podría leerse como el resultado de un camino sin concesiones. En su ya importante obra cohabita cierta precisión ambulante (conjugando largos momentos reflexivos) junto a destellos de una espontaneidad con todos los sentidos alerta. Sosa no se parece a ninguno de su generación en Uruguay, pero sus textos funcionan como un fermento de todos ellos (Espina, Milán, Appratto, Ojeda, etc.) Si en Decir es Abisinia ese doble espasmo del lenguaje consigue un raro control, permitiendo al lector adaptarse a una lectura en principio ralentizada, en Nagasakipanema todo aquel equilibrio de tono se vuelve una marea roja, que “empuja una tortuga herida hasta la costa y todos los niños la rodean.” Ese animal vencido promueve lo que aparenta y menoscaba la idea que a priori tenmgamos de lo que debe sugerir la poesía. Cada texto suyo obtiene una velocidad adecuada a la respiración, pero también al trazo que repica casi en relámpago, lo mismo que un cuadro de Mark Rothko, o de Antoni Tapiès, o tal vez afín a los trabajos en clave chinesca de Henri Michaux. Sosa es de aquellos escritores que aseguran que quienes escriben —o pintan— no pueden escapar al estilo, definido sin obstáculos como una "huella digital de la lengua ya personalizada". O bien: que el estilo es como "el cuerpo (visible) de un aliento (invisible)". Ese orden de concatenación entre los visible y lo invisible se pone de manifiesto con la cantidad de llamadas al pie que pueblan este extenso tratado sobre la acumulación del discurso para revertir el discurso. Desde citas de Melville hasta un prospecto de Rivotril, Víctor Sosa nos advierte sobre la necesidad de decirlo todo, a pesar de la imposibilidad de la empresa, y nos previene de las consecuencias de quedarse a mitad de camino. Pero Sosa es un escritor sumamente inteligente: conoce muy bien que la única forma de que exista una totalidad es aproximarla, rodearla como si uno pudiera tomarla por la cola, aunque apenas. El arte de escribir, nos dice en Nagasakipanema, es dispersar el sujeto, extenderlo, como si un yo desproporcionado fuera un nylon cubriendo una pileta, despedido el verano, en pleno canje de estación, y con las pupilas aún enjuagadas por las imágenes de un período feliz. Los poemas de Víctor Sosa se muestran extenuantes, semejan la antesala de la perversidad, pero sólo funcionan en un engranaje deseante. 

g) En Nagasakipanema el sentido se manifiesta como formación de series, que al mismo tiempo son desplazamientos, proposiciones ontológicas, e interferencias en medio de un génesis de entramados. No se trata de leer estos textos necesariamente como poemas, sino como porciones espacio-temporales que desguazan la noción de verdadero y falso. Esto se observa en un tramo del texto “Gravedad cero”, cuando señala que “ni los alisios ni los franceses soplan. Ni siquiera un sinónimo, correcto, bien hallado en la turbamulta de la lengua, sopesado en el buqué (mise en bouteille) de sus caninos, mensurado en metrónomo de X a la A, de catapulta a láser; nada, ni qué decir o sobre qué dudar, en esa incandescente, suave gloria.” Víctor Sosa es ese tipo de poeta que se hace dueño de una mirada que incluye un atajo al acertijo, pero donde no importa adivinar, ya que haría de lo real alguna cosa tangible, y la realidad es irrazonable. Nagasakipanema formula esa delgada frontera donde se hace fuerte la invención y donde intervenir es constatar el sonido perturbado de las objetos cuando chocan, se despedazan, haciendo pedazos una lengua de inmediato a recuperar, aunque ya no en su estructura original. 

Mario Arteca (La Plata, Argentina, 1960)
Publicó: "Guatambú" (Tsé- Tsé, 2003), "La impresión de un folleto" (Siesta, 2003), "Bestiario búlgaro" (Vox, 2004), "Cinco por uno" (Vox, 2008), "Horno" (Al Margen, 2009), "Cuando salí de La Plata" (CILC, 2009), "Nuevas impresiones" (La Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 2010) y "La orquesta de bronces" (Goles Rosas, Mar del Plata, 2010).En antologías: "Jardim de Camaleões" (Iluminuras, San Pablo, Brasil, 2004); "Actual Triantología argentina, peruana y brasileña" (Homúnculus, Lima, 2004); "Naranjos de fascinante música" (Libros de la talita dorada, City Bell, 2005), "Pulir huesos" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2007), "Antología de la nueva poesía argentina" (Perceval Press, Santa Mónica, CA, EE.UU, 2009), "Traverseés. Une anthologie de poètes nés en Argentine entre 1960 et 1978" (Editions Apogeé, Rennes, Francia, 2009), "El verso toma la palabra. 33 poetas argentinos de hoy" (Homoscriptum. Universidad Autónoma de Nueva León, Monterrey, México, 2010), y "Neue Argentinische Dichtung" (Luxbooks.latin, Berlín, Deutschland, 2010). 
Blog: http://mario-sketchbook-mario.blogspot.com/

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